Golpe al bolsillo: todos los productos de la góndola que aumentaron más del 100%


En el rubro de Alimentos y bebidas no alcohólicas, la inflación se encontró por encima del nivel general de precios

Por Melisa Reinhold

La inflación sigue marcando récords interanuales que no se observaban desde hace 30 años. Y mientras que el país se encamina a terminar el año con una suba promedio de hasta tres cifras, según predicen los analistas, en algunos rubros ya es una realidad.

En julio, el primer rubro en alcanzar esa marca fue el de prendas de vestir y calzado. Luego, en agosto se sumó restaurantes y hoteles. Y la carrera continuó el mes pasado, con una inflación interanual del 100% también llegó al lugar que más le preocupa al gobierno: las góndolas.

El Instituto Nacional de Estadísticos y Censos (Indec) dio a conocer el dato de inflación de septiembre, que marcó un promedio del 6,2% mensual, del 66,1% en el acumulado del año, y del 83% interanual. En tanto, al observar el rubro de Alimentos y bebidas no alcohólicas, los aumentos fueron del 6,7%, 69,5%, 88,6%, respectivamente. En otras palabras: en todos los casos se encontró por arriba de la suba general de precios.

“Vemos que la inflación en este rubro sigue elevada, incluso cuando en el mundo el precio de los alimentos se está revirtiendo. No vemos ningún driver que haga pensar que desacelerará en los próximos meses en el mercado doméstico. Los alimentos ya se mueven como el resto de los precios de la economía y la nominalidad está cercana al 7% mensual en promedio”, indicó Guido Lorenzo, director ejecutivo de LCG.

No obstante, hay algunos artículos que dejan atrás la tendencia general y se posicionan mucho más arriba, aunque en este segmento suelen impactar factores estacionales. El primer lugar del listado corresponde a la cebolla, que en el último informe del Indec registró un aumento interanual del 550,85%. Mientras que en septiembre de 2021 se pagaba $53,57 el kilo, hoy se consigue en las góndolas por $348,66.

Otro caso destacado es el kilo de azúcar. Actualmente se comercializa a $230,74, mientras que el año pasado ese mismo producto se encontraba en los supermercados a $78,15. Es decir, se encareció un 195,25%.

La lista de las tres cifras continúa. El precio de la papa escaló un 177,76% frente a septiembre de 2021 ($51,18 versus $142,16), seguida por la batata (153,85%), el café molido (136,17%), una docena de huevos (132,37%), el jabón de tocador (132,21%), un litro de girasol (131,18%), un kilo de harina de trigo 000 (117,24%), fideos secos (115,80%), el jabón para lavar la ropa (114,78%), manteca (113,93%), la lavandina (111,28%), hamburguesas congeladas (108,01%), el algodón (103,59%) y la leche en polvo entera (100,07%).

“A nivel general el dato fue mejor a lo esperado. Pero alimentos sigue siendo un problema, y es parte de la explicación de por qué la inflación de precios estacionales llegó al 11,7% mensual. Un salto mayor al de julio”, observó Claudio Capraulo, director de la consultora Analytica.

Es por esa razón que el aumento en alimentos se convirtió en una de las mayores preocupaciones del Gobierno. En agosto, último dato disponible, la canasta básica alimentaria para una familia tipo (dos adultos y dos menores) costó $52.990 (+7,41%). Es el número que define el umbral de la indigencia, que ya que en el primer semestre del año aumentó 0,8 puntos y alcanzó a 4,2 millones de argentinos (8,8%).

En respuesta, semanas atrás la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner señaló a las empresas alimentarias y dijo que “han aumentado muy fuerte sus márgenes de rentabilidad”. Además, expresó que es “necesaria una política de intervención más precisa y efectiva en el sector” y el diseño de instrumentos que refuercen la seguridad alimentaria en materia de indigencia.

“El rubro de los alimentos no es el que más se incrementó, pero está arriba del promedio. Eso potencia el aumento de la indigencia, sobre todo teniendo en cuenta que la inflación se aceleró en marzo y los ingresos no acompañaron esa suba. Además, dentro del sector, hubo movimientos significativos en los artículos de los hogares más humildes, como panificados o azúcar”, apuntó María Castaglioni, directora de C&T Asesores Económicos. Como contraste, el salario mínimo se ubicó en septiembre en los $51.200.

Los rubros que más aumentaron

Al desgranar el dato de inflación, el rubro de Prendas de vestir y calzados continuó liderando la escalada de precios. En el último año aumentó un 118% a nivel nacional, aunque en el Gran Buenos Aires la cifra ascendió hasta un 120,5%.

En cambio, en Restaurantes y hoteles la inflación fue del 99% interanual en septiembre. Sin embargo, salvo por la región pampeana -donde se incrementó un 93,9%-, en el resto del país el número se encontró más arriba: 100,9% en Cuyo; 101,0% en el noroeste; 101,4% en el Gran Buenos Aires; 102,1% en la Patagonia; y 105,5% en el noreste.

Por detrás de alimentos y bebidas, el otro sector que se encontró por encima del nivel general de precios fue el de equipamiento y mantenimiento del hogar, con un 83,6% interanual. En este caso, los números variaron entre un 77,1% (Patagonia) y 85% (Gran Buenos Aires).

Todos los rubros vienen aumentando al mismo ritmo, salvo aquellos que están más contenidos. Por ejemplo, el de Comunicaciones (41,4% interanual) y el de Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles (58,6%). Por el momento, los dos rubros que sobresalen son los textiles [este mes empezó a impactar el cambio de temporada] y restaurantes y hoteles. En este último caso, todavía se están recuperando de la pandemia y calculamos que el dólar Qatar los va a subir más todavía”, cerró Castaglioni.

Paritarias: entre más inflación o más pobreza, el impacto de la suba de salarios en la economía


Para los economistas, este sendero implicará más suba de precios; de no hacerlo, crecerá la pobreza

Por Melisa Reinhold

En un año donde la inflación se desbocó y empezó a marcar números no vistos en las últimas tres décadas, los principales gremios reabrieron las paritarias y se sentaron firmes en la mesa para acordar un nuevo aumento salarial. En algunos casos piden una actualización arriba del 90%, en otros incluso superan las tres cifras. Son números históricamente altos, pero que se alinean con la inflación proyectada para 2022 de entre 100,3 y 101,5%, de acuerdo a las previsiones del Relevamiento de Expectativas (REM) que publica en Banco Central.

Más allá de un impacto sobre el bolsillo de los trabajadores, hay repercusiones en la macroeconomía. Por un lado, más inercia inflacionaria y presión sobre los dólares financieros son algunas de las consecuencias. Del otro lado, si la suba de precios continúa ganándole a los recibos de sueldos, avanza la pobreza y la caída del consumo.

“Las expectativas de inflación se fueron a 100%, cuando las últimas paritarias se habían cerrado en un 75-80% con cláusula de revisión. Quedaron 20 puntos abajo, por eso ahora los sindicatos firman la revisión para llegar al 100%. En esta primera instancia evalúan la inflación los sectores más firmes, como comercios, bancos, agrícolas y automotrices. Ahora, es probable que una pyme no pueda pagar una actualización del 100%. Es más, las paritarias privadas representan apenas el 25% de todos los empleos: ahí está la pérdida del salario real”, explicó Fernando Marull, economista de FMyA.

“Son lógicos los reclamos salariales, lo que intentan es recomponer el salario. ¿Tiene consecuencias? Sí, claro, primero porque es un costo más para los bienes y servicios que se producen. Con lo cual, negar que un aumento de salarios no repercute en una nueva suba de precios sería ridículo. La pregunta es a qué velocidad, porque cuando las negociaciones se vuelven trimestrales, se genera más inercia. Pero hoy el reclamo no pasa por subir los salarios, sino empatar con la inflación. Una constante para 2023 va a ser los pedidos de mayor estabilidad, en vez de mayores ingresos”, dijo Guido Lorenzo, director ejecutivo de LCG.

Los efectos sobre la macro

En un primer momento, una actualización salarial impacta sobre el consumo. Es decir, con más pesos en el bolsillo de los trabajadores, parte va a parar a la compra de bienes y servicios, algo que también termina por “fogonear” la demanda agregada a una mayor velocidad. De acuerdo con Lorenzo, incluso los asalariados que logran tener billetes extra los destinan a la compra de dólares para el ahorro. Y, a más demanda, aumenta la presión sobre las cotizaciones.

Pero con el nivel de inflación actual, ese impulso inicial dura cada vez más poco. “Entramos en un régimen de inflación donde, como las expectativas no están ancladas y las negociaciones salariales cada vez se acortan más, se termina echando más fuego sobre los precios”, agregó Camilo Tiscornia, economista y director de C&T Asesores Económicos.

También eso explica por qué en el último año se modificaron los comportamientos de consumo, según Claudio Caprarulo, director de la consultora económica Analytica. Ante la caída de ingresos en términos reales, los hogares empezaron a elegir segundas marcas o incluso a comprar menos productos en las góndolas de los supermercados como estrategia para llegar a fin de mes.

Para graficar la situación, Lorenzo Sigaut Gravina, de Equilibra, comparó el escenario actual con un “pelotón de ciclistas”: una inflación que corre a la cabeza con un 7%, los salarios que intentan seguirle el ritmo, y el tipo de cambio mayorista que se empezó a mover en el orden del 6,5%. Una inercia difícil de frenar y que detrás tiene dos “shocks inesperados de aceleración inflacionaria”.

Evolución de las principales variables nominales, según Equilibra.
Evolución de las principales variables nominales, según Equilibra.

El primer acontecimiento inesperado fue la invasión rusa a Ucrania. El otro, ocurrió en julio, cuando Martín Guzmán pegó el portazo en el Ministerio de Economía. Según el economista, el primer shock llevó a la inflación de 4% mensual que marcó en 2021 a un 5 a 6%. El segundo, elevó el piso a 7% para el segundo semestre, incluso cuando el resto de los países estabilizan.

“Cuando todo corre a tal velocidad, la efectividad de la política monetaria y fiscal es menor. No hay forma de bajar la inflación que no sea con una terapia de shock, es decir, un plan de estabilización que probablemente tenga que encarar el próximo presidente electo. ¿Y cuál sería la alternativa? Que el salario no ajuste por inflación, y ahí está la recesión porque cae el consumo de todas las familias”, agregó.

La contracara, la pobreza. Para el segundo semestre de este año los economistas proyectan que la pobreza e indigencia aumentarán, en parte por la caída de los ingresos laborales reales producto de la inflación. Es más, si se compara la situación actual contra finales de los 90, hoy hay una mayor tasa de desempleo (6,9% versus 15,3% promedio), pero la incidencia de la pobreza es similar. “Eso nos dice que hay mucho trabajo precario que está por debajo de la línea de pobreza”, agregó Sigaut Gravina.

En un ciclo donde todo genera inflación, se tiene que ir hacia una coordinación de expectativas que permita bajar los precios hacia adelante. “Por eso el Gobierno está hablando de sumas no remunerativas, de acompañar con un bono, en vez de ajustar al 7%. El problema es que estamos discutiendo las paritarias con el mismo formato que cuando teníamos 20% de inflación, solo que ahora tenemos 100%. Se tienen que repensar los mecanismos, discutirlo en cada rubro y no solo empatar a la inflación, sino también cómo recuperar el poder adquisitivo de los últimos años. Si la economía no crece, los precios suben y el trabajador pierde cada mes un poquito, la conflictividad social va ir en ascenso”, cerró.

El blue marcó un nuevo récord de $226 y se disparó el riesgo país, que llegó a 2400 puntos


El tipo de cambio paralelo avanzó dos pesos; el índice que elabora el JP Morgan tocó un récord poscanje, ya que los bonos se hundieron hasta 9%.

Por Melisa Reinhold

El dólar blue rompió un nuevo récord histórico. Entre la crisis de la deuda financiera en pesos, la escasez de reservas del Banco Central (BCRA) y una inflación que se encamina a alcanzar el valor más alto desde 1991, el tipo de cambio paralelo consolidó su tendencia al alza y el riesgo país escaló hasta los 2400 puntos básicos.

En la última rueda de la semana, los arbolitos de la city porteña vendieron el blue a $226, $2 más que en la jornada previa (+0,9%). Se trató del valor nominal más alto del que se tenga registro.

Si se tiene en cuenta el recorrido completo, el paralelo acumuló una suba de $10 en la semana (+4,6%) y de $20 en todo el año (+9,7%). “En comparación con los financieros, el blue es el que menos aumentó desde que los bonos atados a la inflación sufrieran una fuerte caída”, indicó Claudio Caprarulo, economista de Analytica.

En otras provincias, el billete estadounidense cotizó incluso más arriba. En Tierra del Fuego y Santa Cruz se vendió a $230, mientras que en el interior de Buenos Aires, Córdoba, Salta y Santa Fe, las cuevas comercializaron la divisa a $229, de acuerdo con información de Infodolar.

Los tipos de cambio financieros cerraron sin grandes movimientos, pese a que durante las primeras horas del día llegaron a caer hasta $4. El dólar MEP, instrumento que se opera mediante bonos y permite sortear las restricciones cambiarias que rigen en el país de forma legal, se ofreció a $231,05, una baja diaria de $0,71 (-0,3%).

El contado con liquidación (CCL) mediante títulos AL30, una herramienta habilitada del mercado para girar los dólares fuera de la Argentina, cotizó a $236,36, $1 menos (-0,4%). Aún se encuentra a $8 de distancia de su récord histórico, los $244,61, cifra que alcanzó a fines de enero.

La disparada de los dólares libres comenzó dos jueves atrás, cuando los fondos comunes de inversión salieron de forma masiva de los bonos que ajustan por inflación (CER). “Es el peor de todos los males, no nos olvidemos que el Gobierno necesita sostener la deuda en pesos para financiarse. Por eso, después de la corrida contra los pesos, subieron los tipos de cambio libres. Ayer, los financieros descontaron un poco esa sobrerreacción, porque habían escalado muy fuerte”, remarcó Fernando Camusso, director de Rafaela Capital.

En el otro extremo del mercado cambiario, el dólar oficial mayorista se ofreció a $124,24. Así, la brecha con el blue se ensanchó a un 81,9% y escala hasta un 90% si se lo contrasta con el contado con liqui. Para Camusso, esas diferencias de precios explican por qué el Banco Central no logra acumular reservas.

“Nunca te van a quedar dólares genuinos porque la brecha es muy grande. Cuando se está a estos niveles y no hay un esquema de unificación cambiaria, el tipo de cambio comercial te queda muy barato y no hay forma de llegar a un equilibrio de recuperación de reservas, incluso aunque el campo liquide a muy buen récord”, completó.

El dólar oficial minorista se vendió en el Banco Nación a $128,75. Para los compradores del billete “solidario”, a esa cotización hay que sumarle un recargo del 30% de impuesto PAIS y 35% de Ganancias, lo que da como resultado un dólar a $212,46.

Temores globales y locales

Los temores internacionales también afectan al mercado local. Luego de que la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) subiera las tasas de interés, los inversores se alejaron de los países emergentes y el dólar se fortaleció a nivel global. En ese contexto, el riesgo país alcanzó un nuevo máximo.

Al final de la jornada, el índice elaborado por el JP Morgan avanzó 5% y se posicionó en los 2400 puntos básicos, el valor más alto desde que el Gobierno reestructuró la deuda con privados en agosto de 2020. Frente al 1° de enero, ya acumula una escalada de 703 puntos (+41,4%).

El alza del riesgo país se da como consecuencia de la caída de los bonos del último canje de deuda. En el exterior, los títulos soberanos registraron un rojo de entre un 1,3% (Bonar 2038) y 9% (Global 2046). A nivel local, se hundieron entre 1,9% (Global 2035) y 5,1% (Global 2046).

“El riesgo país y la caída en el precio de los bonos locales son el reflejo de una situación de mucha fragilidad. La inflación se desacelera, pero sigue en porcentajes muy altos y el Central no puede acumular dólares en la etapa más favorable para ese fin. A eso hay que sumar que está en duda la sostenibilidad del programa monetario y financiero del Gobierno después del fuerte retiro de los FCI”, apuntó Caprarulo.

Desde Cohen Investment remarcaron que los bonos soberanos en dólares alcanzaron nuevos mínimos. Es un dato clave para la Argentina, ya que complica cada vez más el acceso a los mercados internacionales. Si el país emitiera nueva deuda, la tasa que debería pagar sería del 40%.

En el mercado accionario, el S&P Merval operó en las 82.605 unidades (-0,7%). En cambio, las acciones argentinas que cotizan en la bolsa de Nueva York operaron mixtas. Por un lado, los papeles de Despegar rebotaron un 11,2%, seguidos por los de Mercado Libre (+5,8%) y Globant (+3,3%). Por el otro, retrocedieron Telecom (-5,4%), Edenor (-2,9%) y el Grupo Financiero Galicia (-2%).

Mitos y realidades: ¿hasta qué punto es hoy posible bajar el gasto público en la Argentina?


Las rigidez del presupuesto, el gasto ascendente en los últimos años y su vinculación con el déficit e inflación están en el centro de la atención; cuáles son las posibilidades y cuáles los límites para concretar algunas medidas de las que se habla

Por Camila Dolabjian

Por primera vez en décadas revive un debate en la discusión pública. La estructura del presupuesto, los gastos y la eficiencia del Estado están bajo la lupa, de la mano de algunos dirigentes y figuras que comenzaron a manifestar revisiones e ideas vinculadas a reformas en las prioridades estatales. Cerrar ministerios, privatizar empresas, reducir o reencauzar las transferencias en políticas sociales, reestructurar el sistema previsional y “achicar el gasto de la política” son tan solo algunas de las propuestas.

Se abre un amplio espectro de preguntas en el que -según coinciden los especialistas- hacen falta diagnósticos y derribar algunos mitos, si lo que se busca es comprender la viabilidad de las propuestas, y la vinculación de las políticas que tiendan a reducir o modificar la estructura del Estado, que con otros fenómenos, como la inflación.

La relación entre la inflación y el presupuesto público es considerada una serpiente que se come la cola, potenciada cuando las partidas se financian con emisión monetaria en vez de un aumento en los ingresos. Pero, además, el nivel de gasto no es sostenible sin altos niveles de aumento en los precios porque estos licúan las obligaciones del estado (dado el nivel de rigidez).

En los últimos 11 años, el gasto considerado como “rígido” creció. En 2010, representaba el 83,4% de los expendios públicos. Ese índice llegó en 2021 al 90,2%. Los datos se desprenden de un estudio realizado por la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), que analiza la rigidez del gasto de acuerdo con dos criterios. Por un lado, el de su naturaleza, y por el otro, el de la fuente de financiamiento que tienen determinados gastos. Al relacionar ambos conceptos, se identifican aquellos gastos menos rígidos que son financiados con recursos de libre disponibilidad. Representaron el 9,8% del presupuesto el año pasado. Es una foto del presente, de cuánto margen habría para reasignar o disminuir en el corto plazo.

Los gastos rígidos están compuestos mayoritariamente por las jubilaciones y pensiones, las remuneraciones al personal del Estado, los intereses de la deuda y las asignaciones familiares, entre otros. De acuerdo con el análisis, implican alrededor de dos tercios de los gastos totales (66,9%), con máximos de 80,0% en 2019 y mínimos de 57,9% en 2014.

Cerca del 20% del gasto, en tanto, se considera con rigidez media. Se trata, por ejemplo, de subsidios a la energía y al transporte, programas sociales y algunos servicios. Las “erogaciones flexibles” (13,2%) son gastos de capital, transferencias a provincias y bienes de consumo.

“El componente del gasto con rigidez alta no solo representa la mayor proporción del gasto total, sino que también ha sido el que ha tenido mayor dinamismo en el período analizado. Explica el 84% del crecimiento registrado en el gasto total de la administración nacional; entre 2010 y 2010 su ponderación pasó de 19,8% a 25,5% del Producto Interno Bruto”, destacan desde la OPC.

Claro está que la rigidez presupuestaria es un concepto que evidencia el grado de resistencia institucional e inercia que lleva el presupuesto. No es permanente. Los criterios subjetivos con los que se la evalúa permiten detectar el nivel de reformas y políticas públicas que se requerirían para llevar adelante modificaciones sustanciales. Para los analistas, reflejan los roles y funciones que asumió el sector público en las últimas décadas. Tiene componentes positivos (como garantizar una política en el tiempo) y negativos (inflexibilidad para reaccionar ante imprevistos, como una pandemia o una guerra).

Cuatro motivos para que la existencia de gastos rígidos

Se identifican cuatro principales motivos por los que se desarrolla la rigidez presupuestaria. Hay políticas que se desarrollan vinculadas al “principio de beneficio” o, en otras palabras, que son diseñadas para beneficiar a aquellos que las financian (como políticas de salud o seguridad social). Otras se sustentan en derechos y garantías establecidos en distintas regulaciones, que provocan asignaciones específicas de recursos con el objeto de proteger ciertos gastos. En tercer lugar, están las transferencias intergubernamentales, las cuáles se vinculan al grado de descentralización de la política fiscal y, por último, las rigideces vinculadas a marcos legales (leyes o contratos), como los pagos de intereses de la deuda pública, la indexación de salarios y jubilaciones, reglas fiscales y fondos de estabilización.

A pesar de que el gasto rígido creció, las erogaciones primarias del año 2021 cayeron un 6,5% respecto a 2017, medido en moneda constante del mes de diciembre de 2021 y según un estudio hecho por el Iaraf. Mantener el nivel de gasto de 2017 en términos reales hubiese implicado gastar $800.000 millones más el año pasado. Según los economistas del Iaraf, la caída del gasto entre períodos se apoya en una rebaja bastante generalizada en cuanto a los diferentes rubros. Los que no bajaron, sin embargo, fueron los gastos referidos a la energía y los de algunos programas sociales.

En el conjunto de programas sociales que incluye al plan Progresar y Argentina Trabaja, entre otros, se registró un aumento real de 360% respecto de 2017, una diferencia que equivale a $717.000 millones. Todo el resto de las prestaciones sociales tuvieron un recorte real de gasto.

Pese a que se trata de uno de los más rígidos, el gasto relacionado con la pasividad (el de las jubilaciones y pensiones contributivas y no contributivas y el del PAMI) es el que más relevancia perdió dentro de la estructura del gasto total en los últimos cuatro años. Resignó 4,1 puntos porcentuales de participación en el gasto total. El dedicado a salarios resignó 2,4 puntos porcentuales de su participación y los gatos de capital perdieron participación por 1,9 puntos (1,5 puntos las transferencias de capital a provincias y 0,4 puntos la obra pública nacional).

A su vez, la línea de gastos que más creció en importancia relativa fue la de subsidios o planes sociales que administra la Anses, que en 2021 representaron 5,9 puntos más del gasto total que en 2017. También ascendieron los subsidios económicos y, en particular, los asignados a energía: ganaron 5,1 puntos porcentuales en el gasto total. Otras áreas que ganaron participación en función a su crecimiento real son las transferencias corrientes a provincias (+0,3 p.p.) y los gastos en bienes y servicios para el funcionamiento del estado (+0,3 p.p.). Estos últimos rubros, aunque cayeron en términos reales, lo hicieron en menos que lo que cayó el gasto agregado, y por eso ganan participación en el margen, de acuerdo con Iaraf.

Eduardo Fracchia, director del área de Economía del IAE Business School, considera que la estructura de erogaciones argentina tiene características similares a la de naciones europeas con una tradición de estado de bienestar, como Finlandia. Sin embargo, destaca varios problemas en la cobertura de esa vocación estatal de ser benefactor de la sociedad. Por un lado, menciona el desempleo y la falta de dinamismo de la economía para cubrir erogaciones vinculadas a ese problema. Por el otro, la alta ineficiencia del gasto público. Servicios tales como la educación pública o la seguridad están garantizados y su acceso, universalizado. En la Argentina, hay una tendencia a migrar a la privatización de servicios originalmente públicos –generando gastos adicionales en las familias- por la aparente mala calidad o falta de provisión.

Superposiciones, uno de los problemas

Por otro lado, el presupuesto denota ineficacia hacia adentro. Al mirar al interior de las llamadas “aperturas programáticas”, las erogaciones tienden a repetirse, los programas con un mismo objetivo se multiplican y las políticas públicas se superponen. Esto genera un alto nivel de ineficiencia en la gestión administrativa que, en el agregado, provoca desperdicio de recursos. El Banco Interamericano de Desarrollo detectó en 2018 que la ineficiencia del gasto público ascendía al 7,2% en la Argentina, ubicándola como el país con el peor dato en todo el continente. Si bien no se volvieron a repetir semejantes análisis, los especialistas coinciden que ese porcentaje tendió al alza en los últimos tres años.

“Hay un montón de gastos que se superponen, repetidos. Ocurre a nivel federal, es un análisis que debe hacerse incluyendo a provincias y municipios. Se tiene que ver a nivel federal. Además, cuando se ven las erogaciones por áreas – que permite detectar qué tareas asume el Estado- surge la famosa idea ante una necesidad, un derecho. Se multiplican los otorgamientos gratuitos y los ministerios, oficinas y departamentos”, explicó la economista María Castiglioni, directora de la consultora C&T Asesores Económicos.

En términos similares opina Gerardo Sanchis Muñoz. El profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral estudia hace años el “patrimonialismo”. Lo define como la captura del Estado por parte de la utilización política. “La Argentina tiene un déficit estructural por la carga de empleo. El patrimonialismo genera la captura de todos los sistemas públicos constantes y estructurales en la obra pública, las empresas públicas y el sistema de jubilaciones, entre otros. El gasto previsional es el doble del que debiera ser tomando en cuenta la cantidad de personas mayores. Si se suman todos los regímenes provinciales, de privilegios, las mal otorgadas, las pensiones, por ejemplo, por invalidez, la evasión por connivencia con los grandes contribuyentes, la corrupción en los contratos, los agujeros en el presupuesto, son de ocho a 10 puntos del PBI”, dijo. Para Sanchis Muñoz, el patrimonialismo es la causa de la multiplicación de los llamados “ravioles” en el Estado. Es decir, la proliferación de áreas públicas, cargos, beneficios directos y partidas presupuestarias para satisfacer a todos los protagonistas del sector público y de la política.

“El tamaño del Estado, sumando el gasto del Gobierno nacional, las provincias y municipios, ha crecido de forma sistemática desde 2003 hasta 2018. Hasta ese momento mantenía un promedio estable. En particular, pasó de representar el 22% del PBI en 2002 a 41% en 2017. Tras moderarse en 2018 y 2019, volvió a recalentarse con la pandemia y trepó por encima del 42% en 2020. Esto implica que el tamaño del Estado es casi el doble del de 20 años atrás”, indicó Lorena Giorgio, economista jefe de Equilibra. Una de las grandes dificultades para reducir el gasto a nivel nacional es que más del 60% está indexado de alguna manera a la inflación, ya se pasada o esperada. En ese sentido, la economista considera que la única manera de reducir el impacto que este fenómeno genera es un proceso de deflación sostenido con una moderación en las expectativas (por ejemplo, en las paritarias del sector público). Para poder atar esas partidas a una “inflación esperada” menor, primero habrá que estabilizar la macroeconomía. “Hoy en día, la Argentina no cuenta con las condiciones iniciales para poder hacerlo”, opinó.

“Un primer escenario ideal sería que el gasto se licúe con crecimiento económico, pero en la Argentina los últimos períodos de crecimiento han venido acompañados de una ampliación del Estado. Un segundo escenario ideal sería que la recaudación se sostenga no por una suba en las alícuotas que pagan los contribuyentes o la creación de nuevos impuestos, sino con crecimiento del empleo registrado y una mayor formalización de la economía. Hoy aún estamos lejos de ambos escenarios”, agregó Giorgio.

Gran parte de la discusión actual ronda sobre las prioridades estatales. Uno de los rubros que denota mayor caída en el presupuesto en los últimos cinco años es el de gastos de capital, que pasó de un 8% del PBI en 2017 a un 6,1% en 2021. “Hay que revisar las transferencias que hace el Estado a los distintos sectores productivos. Tanto mediante exenciones impositivas como también mediante el crédito subsidiado entre otros. Cuando se reduce el gasto público, la inversión en infraestructura siempre es variable de ajuste. En los últimos cuatro años promedió 1,2% del PIB, muy lejos de lo que necesitamos para revertir el déficit en infraestructura y tener una economía más productiva”, explicó Claudio Caprarulo, economista de Analytica.

Un consenso que existe en este debate es el planteo de la necesidad de ampliarlo. Requiere de discusiones que abarquen múltiples niveles: la clase de Estado que debe promoverse, la manera de hacerlo más eficiente en conjunto con las provincias y municipios, las reformas en profundidad que podrían impulsarse y las consecuencias de tales cambios.