El efecto inflacionario del cepo: un impacto involuntario pero también inexorable


La obligación de tomar deuda a 180 días sube los costos. También la falta de productos o insumos y el temor a una devaluación.

Por Damián Kantor

Ya se sabe que el cepo no es inocuo. En los hechos achica la oferta y variedad de bienes, principalmente los importados y limita las inversiones. Hay otro impacto, tan involuntario como inexorable, que es el inflacionario. Las recientes restricciones le inyectan más gas a los precios básicamente por dos motivos: por el mayor costo financiero y por la alta incertidumbre de las medidas. Se mezclan así componentes económicos y conductas sociales adquiridas a lo largo de los años.

“El cepo restringe importaciones y por eso hay menos bienes en la economía. Hay menor disponibilidad y variedad de productos”, explica Guido Lorenzo, de LCG. El economista pone de ejemplo al sector automotor. “Cuando importás menos autos, lo que ocurre es que los usados aumentan”, concluye.

El reforzamiento de las trabas importadoras eleva los costos de las empresas, lo que finalmente se traslada a precios. Para importar, una empresa grande está obligada a financiarse a 180 días, en dólares. “Cualquier opción (crédito comercial, bancario o incluso desde su casa matriz) implica tomar deuda, y eso cuesta”, señala Ricardo Delgado, de Analytica. Es decir, se paga una tasa extra por el préstamo.

Pero la cuenta no termina allí. A eso habría que computarle la inflación norteamericana, que este año podría rozar el 10% anual. A eso se suma la devolución del crédito en la misma moneda, pero que se compra con pesos, siempre y cuando el Banco Central entregue las divisas en tiempo y forma. “Para garantizarlo, se puede recurrir al dólar futuro, que también tiene un costo. Pero como es a 180 días, también está el riesgo cambiario”, dice Marcelo Elizondo, especialista en comercio internacional.

Para neutralizar eventuales devaluaciones se toman seguros de cobertura. Otro gasto, que incrementa la cuenta. Eso en el caso de las empresas que cuentan con las espaldas para obtener financiación. Estas cuentas, básicamente, son las que se hacen para calcular el costo de reposición de un artículo o repuesto. “Las más chicas, todo se hace a ojo”, dicen los entendidos, en una ecuación en la cual se entremezclan incrementos reales y otros aspectos especulativos.

Sobre este último aspecto, Elizondo señala que detrás de todo está “el miedo a largar un producto cuya reposición es incierta”. En este contexto incierto, muchos comercios, fabricantes y proveedores prefieren incluso no vender (stockearse) “porque es la única manera de tener dólares hoy es tener productos”. Visto desde afuera parece una práctica condenable y fuera de toda lógica. Sin embargo, muchos consumidores compran bienes (autos, lavarropas o bicicletas) ante la imposibilidad de comprar dólares.

Los faltantes -notorios en muchos rubros, como los neumáticos o las zapatillas- agravan el problema y presionan sobre los precios. “La falta de importaciones termina enrareciendo el mercado. Tambien esta el costo de la incertidumbre, porque muchas empresas temen que la crisis se agrave y eso impacta también en la producción”, añade Elizondo.

Sobre este punto, Delgado coincide y suma un último factor: “La brecha cambiaria también es inflacionaria porque refleja la expectativa de una devaluación”, dice. El economista, además, señala que existe una relación muy estrecha entre ambas variables.

“En el segundo semestre del año pasado, cuando estuvo estable en torno al 50%, la inflación se planchó. Cuando se mueve, el mercado cree que a la larga o a la corta el Central devaluará y por las dudas, los actores se cubren”. Y los costos de reposición suben también.

Los entendidos dicen que la mayor inflación es la opción que tomó el Gobierno para mantener la actividad y no cerrar totalmente el grifo de las importaciones.