Nuestra mirada periódica de la economía con el análisis de las tendencias clave para la toma de decisiones.
Más allá de las tensiones típicas de un cierre de negociación, todo conduce a pensar que el acuerdo con el FMI está más cerca. Los resultados del viaje presidencial en la reunión del G20 son una señal en tal sentido, pese a las dudas que aún existen dadas las resistencias, en especial del cristinismo, sobre su verdadera necesidad. Lo concreto es que en Roma se observaron indicios relevantes, mas no concluyentes, respecto de algunas posiciones públicas argentinas, como la de limitar los sobrecargos en la tasa de interés del préstamo a reestructurar o la de crear un fondo de “resiliencia” para países en desarrollo
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El laberinto cambiario se está volviendo más complejo de resolver, tanto por razones estructurales de oferta de divisas como de estricta coyuntura. El piso (el dólar oficial) y el techo (los dólares financieros) de la brecha siguen en tensión, mientras la inflación corre claramente por delante de la devaluación oficial y, por ende, las expectativas privadas proyectan un salto discreto post elecciones. Nada que no estuviera dentro de nuestros escenarios.
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La contundencia de la derrota en las PASO llevó al gobierno a un fuerte debate interno respecto del tono de la política económica, hasta noviembre primero y en los dos últimos años de gestión después. El voto castigo está explicado en gran parte por la pérdida real de ingresos y de empleos que se da desde 2018 y la pandemia ha acentuado.
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Mantener la economía tranquila es el principal desafío para el gobierno en los meses previos a las elecciones. Tras años de eventos disruptivos (devaluaciones superiores al 20% mensual, default de la deuda en pesos, la emergencia del Covid-19, una brecha cambiaria de 130%, entre otros) un semestre que se acerque mínimamente a tiempos más normales se convierte en un gran activo.
¿En qué condiciones la economía no ocupará la tapa de los diarios hasta al menos el 14 de noviembre?
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Una de las más graves consecuencias de la pandemia es el aumento de la desigualdad entre los trabajadores. Los formales gozan desde 2020 del beneficio de la prohibición de los despidos y de negociaciones paritarias semestrales. Como resultado, sufrieron una relativamente baja pérdida de puestos de trabajo y en 2021, por primera vez en tres años, su salario real dejó de caer. En tanto, más de un tercio de la fuerza laboral no accede a ese paraguas protector de las regulaciones por no estar registrado y allí la situación sigue empeorando. En los primeros seis meses del año los salarios informales cayeron 9,2% en términos reales. Una suerte de “grieta”, un mercado dual, se abre cada vez más en el mundo del trabajo argentino.
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La Argentina comienza a transitar un período de menor incertidumbre sanitaria, incluso con la variante delta en el horizonte. Cerca de 60% de la población cuenta ya al menos con una dosis de la vacuna y la confirmación de nuevos contagios, si bien todavía elevados, muestra una tendencia decreciente desde el pico de junio.
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El primer semestre concluyó con un déficit fiscal primario de 0,5% del PIB, una performance muy superior al 3,7% de la primera mitad de 2020. El gobierno se vio forzado a la disciplina fiscal dada la necesidad de controlar el impacto del gasto público sobre la demanda de dólares y de mostrar credenciales en la negociación con el FMI. En los próximos meses, gracias a este colchón, el déficit irá creciendo, pero sin superar el objetivo de 4,5% sancionado en el presupuesto, tanto por la caída en los ingresos extraordinarios (aporte extraordinario de las grandes fortunas, retenciones a la soja) como por el aumento del gasto. Estimamos que este mayor “gasto electoral” aportará un crecimiento adicional de 0,9% sobre la actividad económica entre el tercer y el cuarto trimestres. El interrogante es cómo se reemplazará este impulso fiscal en 2022 cuando, cierre del acuerdo con el Fondo mediante, el gobierno esté obligado a reducir aún más el déficit.
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La inversión, tanto pública como privada, está mostrando un dinamismo inusual para una economía bajo una profunda crisis marcada por la incertidumbre. En el primer trimestre creció 38% respecto de 2020, y consolidó el aumento del 16% de los últimos tres meses del año pasado. Con el FMI auditando los movimientos del gobierno, la inversión en infraestructura es la bala de plata para compensar, aunque sea discursivamente, el ajuste en el gasto social. En tanto, la inversión privada se acelera paradójicamente debido a la persistente brecha cambiaria que se ubica nuevamente en 75%. Con restricciones para operar en pesos, las empresas asignan parte de sus excedentes en nuevos equipamientos. Ahora, ¿bajo qué lógica?
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El equipo económico abandonó el ancla nominal de 30% ante la falta de resultados concretos en su política de coordinación y la necesidad de cumplir con su promesa de recuperación del poder adquisitivo de los salarios. En consecuencia, comenzó a convalidar una nueva lógica, con convenios paritarios que empezaron a cerrarse por encima del 40% y con el sostenimiento de los castigados ingresos de los jubilados con bonos durante julio y agosto. Este escenario puede estar garantizado en los próximos meses por el cepo cambiario y un buen resultado fiscal.
Pero más allá de las elecciones de noviembre podría transformarse en una dinámica muy peligrosa. El retorno de un modelo como el del período 2011-2013 con una inflación al menos 20 puntos más alta, sin un acuerdo con el FMI e ingresos públicos de naturaleza transitoria es una experiencia que difícilmente termine bien.
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Los efectos del COVID sobre la actividad económica persistirán por largo tiempo. No son triviales los impactos de una caída del PIB como la de 2020 para una economía estancada desde hace más de una década, que ya venía perdiendo ingresos reales de manera sistemática. Durante el primer trimestre el producto per cápita a precios constantes fue el más bajo desde 2011 y la industria manufacturera produce un 15% menos con respecto a ese mismo año.
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La actividad económica volvió a amesetarse en abril, antes del endurecimiento de las restricciones COVID de mediados de mayo. El impulso generado por la mayor circulación de fines del año pasado se agotó y el consumo interno, el motor más importante de la demanda, sigue reflejando grandes dificultades para sostener el empuje inicial. Las limitaciones sanitarias empeoran el escenario económico. Los sectores más dinámicos del agro y la industria logran escapar en parte de esta dinámica a través de una mayor inserción en el comercio internacional, pero el resto de las actividades, principalmente de servicios, atravesarán los meses más difíciles. En perspectiva, la mayor velocidad del programa de vacunación y la flexibilización en la pauta nominal del gobierno (atraso de tarifas, pautas salariales más laxas) permiten vislumbrar cierta recuperación desde agosto. ¿Y después?
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