La inflación en la Argentina volvió a ubicarse entre las más altas del mundo, sin perspectivas de una baja importante en 2022

Con el índice oficial de junio, la suba de precios solo quedó superada por países con guerras civiles o conflictos humanitarios; en la región, únicamente por la hiperinflación venezolana

Por Martín Kanenguiser

Lejos del paraíso, cerca del infierno, la Argentina volvió a ubicarse en junio en el pelotón de los países con más inflación del mundo, solo superado por naciones que están en guerras civiles o conflictos humanitarios.

El índice de precios al consumidor de junio fue del 3,2% y del 50,2% en el último año; pese a que el Gobierno ensaye explicaciones globales, la fuerte suba de precios en el país parece estar basada en los desequilibrios locales, como lo refleja la gran brecha que se ve con casi toda la región y buena parte del resto del mundo.

En un mundo en el que la inflación volvió a estar de nuevo en la discusión de los bancos centrales por la liquidez desplegada desde el inicio de la pandemia hace más de un año, el mercado observa con atención la respuesta de los gobiernos, especialmente de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco Central Europeo.

La discusión, al menos en el caso del organismo que preside Jerome Powell, es si la suba de los precios es un fenómeno transitorio -como afirma la Fed- o se trata de los primeros pasos de un mundo en el que, lentamente, habrá inflación y las tasas de interés pueden, en unos años, volver al terreno positivo.

De todos modos, lejos está el panorama de parecerse a la década del 80, donde la Fed de Paul Volcker subía las tasas para controlar los efectos de la tormenta del shock petrolero -y la fuerte expansión monetaria- y los países en desarrollo sufrían cuadros de muy alta inflación, o hiperinflación, como Argentina y Brasil, entre otros.

Casi 40 años después, en junio de 2021, el cuadro de inflación en los países del Grupo de los Siete ha sido el siguiente en los últimos 12 meses: Estados Unidos, 5,4%; Canadá 3,6%; Gran Bretaña 2,5%; Alemania 2,4%; Francia 1,5%, Italia 1,3% y Japón con su deflación, en este caso del -0,1%.

En el caso de otras potencias, en el último año Rusia registró una inflación del 6%, India del 5,2% y China del 1,1 por ciento.

De los países con la tasa mayor de inflación interanual, Venezuela registró el 2615% en junio -según el Observatorio Venezolano de Finanzas- Sudan el 350%, Zimbabue 194%, Líbano 119%, Surinam: 50%, Argentina: 50,2%, Irán 49,5% y Haití el 25 por ciento. En la región, sólo el régimen de Nicolás Maduro y su hiperinflación supera a la Argentina.

En Cuba, país que ocupa el centro de las miradas de buena parte del mundo en estos días, en 2020 hubo deflación del 0,3% en la canasta oficial, pero un número bastante más sombrío en los productos del mercado negro, que son los que resultan accesibles para la mayoría de la población.

Por todas estas razones, la Argentina es un caso especial, de un país que, sin atravesar una guerra civil o un conflicto humanitario, sufre uno de los mayores índices inflacionarios del mundo y sin perspectivas de mejora inmediata, ya que los consultores privados prevén que termine en el 48% este año y ronde el 40% en 2022.

En 2019, la inflación tocó su techo de las últimas tres décadas con el 53,8% en las postrimerías del gobierno de Mauricio Macri, que no supo ni pudo controlar la cuestión. En 2020, con la pandemia y un férreo control de precios, el índice de precios descendió al 36,1%, pero solo para retomar impulso y alcanzar 21,5% entre enero y mayo de este año.

Con el dato de junio, llegó al 25% en un semestre, frente a la ya desactualizada -pero no corregida oficialmente- meta oficial del 29% para todo el año, según el presupuesto nacional que envió al Congreso en 2020 el ministro de Economía, Martín Guzmán.

Los analistas prevén que, a partir de julio-agosto, el dato podría ubicarse entre 2,5% y 3% mensual, con el dólar oficial planchado y las tarifas de los servicios públicos congeladas después de los ajustes de los primeros meses del año, para llegar con menos sobresaltos a las elecciones primarias de septiembre y las nacionales de noviembre próximo.Los países del G7 y los que tienen más inflación
Infografía de Marcelo RegaladoLos países del G7 y los que tienen más inflación Infografía de Marcelo Regalado

La mayor incertidumbre estará en el efecto que pueda tener la suba de los tipos de cambio no oficiales, aunque por esta razón el Gobierno aplicó un mayor torniquete en los últimos días, a costa de que, a mayor cepo, más complicaciones para la reactivación económica.

Entretanto, el país ya naturalizó una tasa mensual del 3-4 por ciento en promedio, una cifra que supera la inflación anual de la mayoría de los países para este año.

La divergencia con el mundo

Y, aunque el Gobierno haya expresado que la inflación local tiene raíces globales, pocos hechos confirman esta teoría. Al respecto, Camilo Tiscornia, socio de C&T, explicó a Infobae que “la inflación no se discute a nivel global en la escala que se la debate en la Argentina; es un fenómeno que llegó hasta los 70-80 en el mundo, pero que terminó, luego del shock del petróleo de los 70, vino la política muy contractiva de Paul Volcker que frenó mucho la cantidad de dinero, generó una recesión, pero, a la vez, terminó con la gran inflación. Ahí comenzó un período de moderación que perduró y que, en materia de inflación, no generó más problemas”.

“El fenómeno quedó restringido a países de América latina, que lo fueron superando en la década del 90 y luego se volcaron a regímenes con metas de inflación, por lo que dejaron atrás el problema. Esto se debe a que se aplicó lo que decía la teoría en términos de la relación entre la emisión de dinero y la suba de los precios, que debe ser acompañada por cierta solvencia fiscal. A su vez, exige de un Banco Central independiente, con un comportamiento sistemático, con reglas previsibles, para lograr credibilidad”.

“Esta es la forma en que se bajó la inflación, algo que acá no se logró, salvo en la convertibilidad, que implicaba una extrema rigidez monetaria que exigía un fuerte orden fiscal que no se pudo cumplir y, de ahí en más, nunca se recuperó y entramos en la dinámica inflacionaria que teníamos en los 60 y 70, diferente de la que había en el resto del mundo. Puede haber un rebrote global, pero puntual, porque la credibilidad de los bancos centrales ahora es muy alto en líneas generales”, indicó el economista.El ex banquero central Paul Volcker, artífice de las altas tasas que frenaron la inflación global en los 80
El ex banquero central Paul Volcker, artífice de las altas tasas que frenaron la inflación global en los 80

En cambio, “la Argentina tiene un descontrol fiscal brutal que no se corrigió y una economía que está lanzada a la inflación y, como tal, empieza a expandirse por un componente inercial, pese a que no hay una indexación formal relevante. Estamos haciendo todo lo que no hay que hacer y por eso acá hay inflación y en el resto del mundo no”, concluyó Tiscornia.

Ricardo Delgado, director de Analytica, agregó que la diferencia está en que “vivimos con inflación alta hace más de una década y no atacamos ninguna de sus causas en serio: fiscal-monetaria, inercia y expectativas, obviamente todo vinculado; y equivocamos los diagnósticos en todos los gobiernos”.

“Con inflaciones altas no explosivas como esta, las conductas se adaptan y perpetúan el proceso, siempre en escalones más altos”, sentenció Delgado.

Federico Furiase, director de Anker Latinoamérica dijo que “Argentina a diferencia de sus vecinos, tiene problemas crónicos fiscales que los otros dejaron atrás porque lograron un consenso político de todo el arco democrático detrás de un programa macroeconómico orientado a construir una moneda estable, independencia del Banco Central, cuentas fiscales ordenadas y tasa real positiva”.

Esos acuerdos en la Argentina “no están, por lo que el Gobierno opta por el control de precios y salarios, anclando las tarifas, por lo cual tenemos en un mes la inflación que países como Chile, Brasil, Colombia o Paraguay tiene en más de un año”, aclaró Furiase.

En todo caso, en 2022, la Argentina comenzará a transitar su vigésimo año consecutivo de alta inflación, un fenómeno que parecía haber quedado erradicado en el inicio de la convertibilidad en 1991-1992, pero que, como toda ilusión, se desvaneció con el paso del tiempo.

El mensaje del Tesoro a Guzmán se alinea con el eje Biden: crear empleo privado

Por Ricardo Delgado

En toda pieza diplomática, las palabras son cuidadosamente seleccionadas. Lo usual es que el mensaje contenga tanto una forma, de tipo protocolar, así como también un fondo, una suerte de metamensaje que establezca los contornos. La señal del subsecretario del Tesoro norteamericano al gobierno argentino cumple con esa premisa básica de la diplomacia. El apoyo de la gestión Biden a las negociaciones que la Argentina encara con el FMI y el Club de París llegará, todo parece indicar, pero bajo ciertas condiciones.

La forma del mensaje del funcionario estadounidense se alinea con uno de los dos ejes del billonario programa de reconstrucción económica que impulsa la nueva administración, el llamado American Jobs Plan.

Cuando apela a que mejoren las perspectivas de crecimiento del empleo privado argentino con un “marco sólido de política económica”, se está ajustando, en el sutil protocolo diplomático, a la propia agenda norteamericana, preocupada porque en su economía los puestos de trabajo de varias actividades de peso (construcción, manufacturas, comercio, turismo) aún no alcanzaron los niveles pre-COVID y la velocidad de su recuperación parece moderarse.

El uso de esa forma, de todos modos, no parece ingenuo, ya que se sabe que el empleo privado argentino está fatídicamente estancado en los 6 millones en los últimos diez años.

Pero subyacente al “argumento laboral”, detrás del protocolo y en el fondo del mensaje, aparece la más contundente apelación a un “sólido marco de política económica”. El objetivo que la administración Biden buscaría para la economía argentina requiere de una circularidad virtuosa y excedentaria de dólares que aún esta macro no puede ofrecer. En concreto, no hay condiciones para nuevos trabajos privados si no se invierte, y no se invierte porque prevalece la incertidumbre de reglas, y hay incertidumbre porque la macro no está ordenada y no puede generar los dólares suficientes para garantizar el repago de todas las deudas, y no existe una macro en orden porque la inflación es muy alta e incierta.

Sí, una vez más, la inflación como síntoma último de todos los desequilibrios, el obturador que imposibilita romper el círculo del estancamiento económico y social. En 2020 la pandemia y la cuarentena podían justificar la ausencia ya no de un programa antiinflacionario consistente sino de al menos ciertas balizas que sirvieran para que los privados tomen decisiones con mayor certidumbre. En 2021, no; y es paradójico, ya que el gobierno está haciendo parte de los deberes, en un esfuerzo fiscal y monetario considerable, ajustando el gasto en términos reales y administrando los excedentes de liquidez de manera mucho más orgánica que antes, ayudado en parte por la soja y por el efecto de la propia inflación sobre las cuentas públicas.

Claro que, un punto no menor, en tres meses arranca una elección crucial para el oficialismo. Cuando el mensaje del Tesoro norteamericano se suma a la estratégica balanza electoral del gobierno, ¿qué pesa más? ¿Convivir con una inflación alta pero no explosiva, “liberar” paritarias hasta fin de año e inyectar pesos en los sectores vulnerables o apostar ya a una desinflación lenta, costosa y necesitada de acuerdos políticos imposibles en lo inmediato? Mientras el abismo no esté demasiado cerca, la respuesta es clara.

El riesgo de un empate tenso para la economía poselectoral

La paridad de fuerzas entre oficialismo y oposición pone en riesgo la viabilidad de reformas de fondo que apunten a recuperar cierto equilibrio macroeconómico, opina el autor.

Por Ricardo Delgado

En política, ese arte de lo fluido, nada está tallado sobre piedra, pero ciertas regularidades prevalecen, en el caso argentino al menos. Una de ellas es que el resultado de las elecciones legislativas predice razonablemente el turno presidencial siguiente. Desde 1995 esta regla se viene cumpliendo, salvo en dos oportunidades: en 2009, cuando el oficialismo perdió ante Francisco De Narváez aunque luego Cristina Kirchner logró su reelección, y en 2017, el caso inverso, cuando el macrismo ganó y luego no coronó un segundo mandato.

A cien días de las primarias y conocedores de esta regularidad, gobierno y oposición se posicionan, uno definiendo un trayecto económico eminentemente táctico limitado por la pandemia y las tensiones internas, y otra poniendo el foco en el manejo sanitario y sus secuelas. 2023 está más cerca de lo que parece.

El tradicional y decisivo aporte que la política le demanda a las gestiones económicas en tiempos electorales esta vez llegará apenas en cuentagotas. Como sustituto, la administración Fernández apuesta a la vacuna como único reaseguro para alcanzar una cierta normalización de actividades en un contexto donde el PBI pierde fuerza desde abril, cuando comenzaron a desacelerar el ritmo de las importaciones, la demanda de electricidad en las industrias y el consumo con tarjetas de crédito.

La mejor noticia para la gestión económica, paradójicamente, no es esperar a que mejoren los salarios, que aumenten las ventas o que desacelere la inflación sino que las millones de vacunas que están ingresando, y lo seguirán haciendo en los próximos meses, sean aplicados a paso redoblado. Sólo así las actividades más golpeadas por la pandemia encontrarán más certezas para creer que los cierres intermitentes pueden quedar atrás. El comercio, la gastronomía, el turismo, el entretenimiento representan nada menos que un tercio del PBI, una proporción que habla por sí misma de su potencia electoral. Son, además, sectores que ocupan mucho empleo, informales en parte y menos calificados en promedio, y que votaron en su mayoría por el oficialismo en 2019.

Lo poco que la economía puede ofrecer en estos meses está contenido en la clásica táctica que siguen todos los gobiernos, Macri 2017 y también Néstor y Cristina incluidos. Atrasar precios y tarifas todo lo posible, como el norte que guía al apotegma básico por el cual a las elecciones se llega con paz cambiaria y cierta sensación térmica de mejora en los postergados ingresos de las familias.

Así, el dólar y las tarifas deben crecer menos que la inflación. En el mercado cambiario, el aporte de los dólares del vituperado agro, alentado por el rally de los precios internacionales, siguen siendo decisivos para sostener la cotización oficial por debajo de la inflación (14% versus 22% acumulado). Además, con brecha cambiaria, el Banco Central debe administrar el mercado del dólar financiero (CCL), y lo hace sin mayores dificultades hasta ahora, vendiendo no más de USD 10 millones por día de bonos contra pesos. El CCL sólo aumentó 11% en lo que va del año, la mitad de la inflación. Los ajustes en la electricidad y el gas, en tanto, quedarán bien lejos de la inflación anual.

Claro que estas condiciones irán desapareciendo. A partir de julio cae estacionalmente la liquidación de agrodólares y más próximas las elecciones, menos incentivos de los inversores financieros para posicionarse en pesos. Por el lado de los dólares, ¿llegarán al rescate los USD 4.350 millones de DEGs del FMI previstos para setiembre u octubre? En mercados tan reducidos, la menor oferta estacional y una mayor demanda precautoria puede exigirle al Banco Central intervenciones cada vez más intensas.

Cuando también entran a escena los pesos, hasta ahora personajes secundarios de la trama, el problema torna más complejo. Entre julio y setiembre el Tesoro, que viene colocando letras y bonos por montos superiores a los que le vencen, se enfrentará a unos $ 410.000 millones al mes en promedio, que tal vez absorban los bancos, ahora que pueden computarlas dentro de sus encajes y así mejorar la rentabilidad de sus carteras.

La señal más contundente que necesitan los inversores en pesos es que la consolidación fiscal en marcha sigue viva. El ajuste real del gasto y la recuperación de los ingresos están siendo significativos, volviendo poco relevante a la emisión hasta mayo. Las jubilaciones y los salarios públicos sienten los mayores impactos. El gasto social (AUH, tarjeta Alimentar, etc), que venía contrayéndose, recuperará algo de espacio con la última modificación presupuestaria. La obra pública crece fuertemente, aunque es minoritaria como proporción del gasto total. Créase o no, el déficit primario es uno de los más bajos de los últimos seis años.

Pero rara vez el ajuste fiscal gana elecciones, menos aún con un gobierno peronista en plena pandemia. El ministro Guzmán cuenta a priori con cierto margen para relajar la contracción del gasto, pero deberá ser muy cauto, con pulso de microcirujano, y comunicarlo bien para no espantar a los tenedores de pesos en momentos donde más los necesita. De cuánta decisión autónoma dispone no se sabe, pero sí hay certeza de que la cosmovisión conurbana de la coalición (el cristinismo) seguirá imponiendo condiciones, con una lógica electoral muy definida: aliviar todo lo posible la pérdida de ingresos de sus electores, castigados por la caída del salario real por cuarto año consecutivo y el aumento de la pobreza.

Guzmán se reserva una carta en la manga: si el orden fiscal y monetario logra consolidarse, se emitirá menos, habrá más chances de administrar el dólar y, finalmente, la inflación podrá ceder en los meses electorales. De lo contrario, las expectativas de devaluación harán nuevamente de las suyas.

El temor a un reacomodamiento desordenado de los precios relativos post elecciones depende, en gran medida, de cómo el gobierno decida transitar el camino hacia ellas y, claro, de los propios resultados. Un triunfo del oficialismo puede posibilitar un relanzamiento de la agenda tibiamente negociadora de los primeros tiempos, haciendo más factible un acuerdo con el FMI y hasta un plan antiinflacionario consistente desde 2022. Las chances de un nuevo “vamos por todo” están acotadas por la falta de financiamiento. En cambio, una derrota supone más incertidumbre financiera y probables correcciones desordenadas de los precios relativos hasta alcanzar un nuevo equilibrio político.

Pero el peor de los escenarios para la economía poselectoral quizá sea la reproducción, una vez más, del “empate hegemónico” descripto por Juan Carlos Portantiero en los años setenta, rebautizado recientemente por el periodista Diego Genoud como “empate tenso”, aquel donde las fuerzas políticas “alternativamente (son) capaces de vetar los proyectos de las otras, pero sin recursos suficientes para imponer, de manera perdurable, los propios”. Bajo esta configuración política, la variada agenda de reformas económicas que es preciso encarar no encontrará eco ni viabilidad algunas.

El autor es economista y presidente de la consultora Analytica

Ranking: quiénes fueron los mejores pronosticadores de la Argentina en 2020

EcoGo, Analytica Consultora y Ecolatina fueron las consusltoras premiadas por el Analyst Forecast Award 2021

¿A cuánto cerrará el dólar este año? ¿Cuánto rebotará la economía después de la caída histórica del año pasado? ¿La inflación llegará a un 50% en 2021? Tres consultoras económicas de la Argentina fueron premiadas en los Analyst Forecast Award 2021, organizado por el proveedor de análisis macroeconómicos FocusEconomics, por haber realizado las proyecciones más certeras sobre el país durante 2020.

El equipo de investigación de EcoGo logró consagrarse con el primer lugar en el podio general. Además, fue el estudio que hizo las previsiones más correctas sobre la inflación y la tasa de interés, al tiempo en que salió tercero por sus previsiones sobre el PBI.

En segundo lugar quedó el equipo de Analytica Consultora. El estudio se destacó con el primer lugar por sus estimaciones sobre el PBI y salió segundo en el ranking de inflación. En tanto, los economistas Matías Rajnerman e Ignacio Ruiz, de Ecolatina, recibieron el tercer puesto en el nivel general.

Las tres consultoras premiadas por sus pronósticos 2020.
Las tres consultoras premiadas por sus pronósticos 2020.

Los tres estudios coincidieron: “El año pasado fue complejo de proyectar”. La pandemia de coronavirus que afectó a nivel global, los cierres económicos y una gran emisión de pesos en la Argentina para solventar gastos no previstos, fueron factores que influyeron y cambiaron la lógica de las previsiones que realizaron años anteriores. Ahora bien, ¿cuáles son sus estimaciones para este año?

Inflación arriba del 44%

De acuerdo con el informe Latin Focus Consensus Forecast de mayo, este año la inflación será del 47,3%, según el promedio de 40 consultoras y bancos tanto locales como extranjeros. Con una aceleración de los precios del 4% mensual desde que arrancó el año, los economistas esperan que la dinámica se desacelere un poco durante los próximos meses.

Al analizar las previsiones de los estudios premiados, EcoGo indicó que la inflación será del 50,5%, mientras que Analytica Consultora fue más benévola con un 43,5% y Ecolatina proyectó que los precios cerrarán 2021 un 44% más altos.

“El año pasado fuimos los que menos inflación proyectamos, a pesar de que por la emisión que había realizado el Gobierno se preveía un escenario del 50%. En cambio, este año es al revés. La cuestión inflacionaria va a ser un problema en relación con 2020, es matemáticamente imposible que terminemos por debajo del 36,1% del año pasado”, señaló Matías Rajnerman, economista de Ecolatina.

Por su parte, Claudio Caprarulo, director de Analytica, explicó que desde diciembre de 2020 hasta ahora la inflación promedia un 4% mensual tanto por factores exógenos como endógenos. Más allá de la Argentina, el precio de los commodities influye en los precios, aunque también hace que haya una liquidación récord de soja que “para la Argentina es importante para acumular dólares y enfrentar las deudas que tenemos”.

En cuanto a los factores endógenos, a nivel local este año las empresas comenzaron a reacomodarse y a actualizar sus valores luego de un año en que los habían mantenido congelados. Esto aplica a contratos privados, el precio de las tarifas y de servicios.

“El pico de inflación que se vio en el primer trimestre, y que todavía continúa, va a empezar a bajar. Ya hubo una recomposición de los precios. Pero eso deja un piso muy alto para los próximos meses, por lo que prevemos una inflación del 45%”, agregó Caprarulo.

En el mismo sentido apuntó Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de EcoGo, quien señaló que hay una dispersión de los precios “muy violenta” en la actualidad. “Hay precios congelados y otros que suben el doble, eso genera una enorme distorsión muy difícil para corregir después”, remarcó.

Dólar oficial con piso de $112

Con respecto al mercado cambiario, el LatinFocus de este mes estimó que el dólar oficial mayorista se venderá a $117,16. Mientras que en detalle, EcoGo aventuró que la divisa cerrará el año a $120,23, Analytica Consultora a $112,18 y Ecolatina a $112,55.

“Con el dólar soy más optimista. Primero, porque el Gobierno demostró que no le tiembla el pulso para reprimir importaciones o para pisarlas. Entonces, no veo riesgo de devaluación en lo inmediato. Después de las elecciones es otra historia, pero por ahora creo que aguanta”, consideró Rajnerman.

Caprarulo consideró que el tipo de cambio real “es muy competitivo”, pero añadió que “cada vez que devaluas se genera una actualización de los precios internos que aumenta la inercia interna”. Por ese motivo, la estrategia del Gobierno cambió y en abril empezó a bajar la devaluación del peso.

“En ese contexto, vemos probable que el Gobierno continúe con esa tendencia. En mayo la tasa de devaluación es del 1,4%, es muy baja, sobre todo considerando que la inflación cerrará en torno al 4%. Pero la política de atraso del tipo de cambio con la política monetaria y fiscal contractiva se complementa, y creemos que el Gobierno lo va a sostener porque tiene espalda para soportar una apreciación, la liquidación del agro sigue a niveles muy elevados”, explicó.

Sin embargo, a partir de julio la liquidación del campo comenzará a menguar por cuestiones estacionales, razón por la cual los expertos esperan que el nivel de devaluación sea más alto. “Por el precio de la soja, ves que el Banco Central está comprando dólares y que recompone el margen de Reservas. De golpe, tenés un equilibrio cambiario con una brecha que volvió del 130% de octubre del año pasado a la zona del 73%. En la medida que se sostenga, y una vez que las restricciones pasen, el rebote de la economía debería volver. ¿Qué riesgo tiene? La propia dinámica electoral de este año, el vencimiento de la deuda en pesos y el manejo con el FMI”, remarcó Del Poggetto.

Un rebote de la economía de entre el 6% y 7%

Finalmente, otro dato destacado del LatinFocus de mayo es que el Producto Bruto Interno crecerá un 6,1% este año. En cambio, EcoGo ubica un rebote del PBI del 6,8%, Analytica Consulta del 7% y Ecolatina del 6%.

El año pasado la caída del PBI de la Argentina fue del 9,9% a causa de la pandemia de coronavirus, aunque en diciembre empezó a registrarse una recuperación en el nivel de actividad. “Si se mantenía el nivel de diciembre para todo el año, te da un 6,2%. Es el arrastre que te dejaba 2020 para 2021”, acotó Del Poggetto.

Sin embargo, todavía está por verse cómo afectarán las nuevas restricciones sobre la economía. “A priori, la cuarentena no va a ser tan larga como el año pasado. No hay margen político ni fiscal para mantenerla. Además, la vacunación viene lenta, pero ya es una realidad y a medida que aumente, las restricciones serán menores”, expresó la directora ejecutiva de EcoGo.

Por lo pronto, lo seguro es que en el segundo y tercer trimestre el crecimiento económico de la Argentina se ralentizará para aumentar en el último trimestre del año. En las proyecciones de todos los estudios la llegada de una segunda ola de coronavirus en el país estaba contemplada.

“Pero todavía no están dadas las condiciones para que haya una recuperación en serio del nivel de actividad. Hay una brecha cambiaria que distorsiona los incentivos en la economía, hay un nivel inflacionario alto, está la incertidumbre de cómo se terminará resolviendo la crisis sanitaria, no sabemos si las restricciones siguen. Entonces, todavía la economía argentina tiene muchos desequilibrios que atender para un crecimiento fuerte, genuino y sostenido”, concluyó el director de Analytica.